sábado, 1 de mayo de 2010

Olor a Plátano

El olor a plátano se desparrama o lo haría si pudiera, el aroma de sus pecas, de su oscuro flanco, de su largo y entallado traje lleno de milagros bizarros, de conjuntos que no pasan de una forma fija, es un olor grave, como la voz de un viejo que se mea en su propia ropa y luego de llorar, olvida; es el olor de los roces de la carne, de una carne contra carne, sin placer.




Todo huele a plátano, a esa cascara rancia que se sumerge en el lodo junto con mis pechos y yo creo que el basurero está lejos, que nosotros no lo vemos, no podemos entender su trascendencia en la mochilita en donde los niños llevan la comida de los recreos, en la pulpa disuelta en el licuado, en todos los grados de desayuno a cena, de piel tersa a arruga firme… ese olor se cuela incluso por mis poros, lo invade todo y luego se derrama sobre mi sueño, me hace soñar con el gajo de su desperdicio, con la carne, que le forma por dentro, vuelta jugo y viscosidad y penetrante aroma, los mosquitos se forman como buitres de menor tamaño en torno a la cascara, no es porque sean menos crueles, no porque su figura sea menos tajante; se forman porque han aprendido a sobrevolar lo frágil.

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